La verdad tras la virginidad de María: cómo una mala traducción del hebreo 'almah' (mujer joven) al griego 'parthenos' fue manipulada.
Las palabras no son meros sonidos ni simples trazos sobre un papiro; son recipientes de poder, llaves que abren o cierran puertas en la conciencia de la humanidad. Una sola palabra, comprendida en su plenitud, puede liberar una civilización. La misma palabra, malinterpretada o deliberadamente torcida, puede forjar cadenas invisibles que atan el alma durante milenios. La historia que vamos a desvelar no es una simple anécdota filológica, sino la crónica de cómo un concepto fue vaciado de su significado original para ser rellenado con una agenda de poder, dando forma a una de las narrativas más influyentes y controladoras de la historia occidental. Es la historia de un velo tejido con una sola palabra, un velo que ha ocultado una verdad mucho más simple, humana y, paradójicamente, más profunda.
El entramado doctrinal construido alrededor de la figura de María y su virginidad perpetua se asienta sobre un pilar fundamental, uno que parece inamovible por la fuerza de la tradición y la repetición. Sin embargo, cuando uno se acerca a este pilar no con la fe ciega del devoto, sino con la luz serena de la investigación histórica y la comprensión del lenguaje, descubre que no está hecho de la piedra sólida de la revelación, sino del barro frágil de la mala traducción y, más aún, de la manipulación intencionada. Para desentrañar este nudo es preciso viajar en el tiempo, no solo a los años de María, sino a las centurias previas, a un mundo donde las palabras y los conceptos poseían una resonancia muy distinta a la que hoy les atribuimos.
El primer error, el más extendido, es proyectar nuestra concepción moderna y estrictamente biológica de la "virginidad" sobre las culturas antiguas. Hoy, la palabra evoca una imagen clínica: la ausencia de experiencia sexual. Pero en el mundo hebreo, grecorromano y del Próximo Oriente de hace dos milenios, el concepto era un tapiz tejido con hilos sociales, legales y rituales. En la cultura hebrea, la virginidad antes del matrimonio era ciertamente valorada, pero su propósito era eminentemente práctico y social: garantizar la pureza del linaje. Una vez casada, la virtud suprema de una mujer no era una condición física pasada, sino una fidelidad presente y absoluta a su esposo. Una mujer que pertenecía a un solo hombre, que no había conocido a otro, mantenía un estado de "pureza" o "integridad" que era el verdadero valor a ojos de su comunidad. Su cuerpo y su descendencia pertenecían a una única línea patriarcal, y en esa exclusividad residía su honor. El concepto era relacional, no anatómico.
Este entendimiento se expande si observamos el contexto grecorromano. Las vírgenes vestales de Roma, por ejemplo, encarnaban una virginidad ritual, una consagración total a una deidad que exigía la abstención física como símbolo de su dedicación exclusiva. Pero fuera de estos cultos específicos, la virtud femenina, la virtus, se medía a menudo por la fidelidad a un solo hombre (univira), una mujer de un solo varón. La idea subyacente es la misma: la sexualidad femenina era una energía que, para ser socialmente aceptada y valorada, debía estar canalizada y dedicada a un único propósito o a una única persona, ya fuera un dios o un esposo. La dispersión de esa energía era vista como una corrupción, no solo del cuerpo, sino del orden social.
Es con este mapa conceptual que debemos aproximarnos al origen de la controversia. El punto de fractura, el epicentro del terremoto teológico, se encuentra en un pasaje del profeta Isaías, escrito siglos antes del nacimiento de Jesús. La profecía, que más tarde sería adoptada por los evangelistas cristianos, anunciaba que una señal sería dada: "He aquí que la almah concebirá y dará a luz un hijo". La palabra clave, el eje de toda la construcción posterior, es almah (עַלְמָה). En el hebreo antiguo, almah significa, simple y llanamente, "mujer joven" o "doncella". Es un término que describe una etapa de la vida, una mujer en edad de casarse, pero no contiene ninguna connotación necesaria sobre su experiencia sexual. Si el profeta hubiera querido referirse inequívocamente a una virgen en el sentido biológico, habría utilizado una palabra mucho más precisa y contundente que existía en hebreo para tal fin: betulah (בְּתוּלָה). La elección de almah no fue un descuido; significaba exactamente lo que decía: una mujer joven, una figura llena de vida y potencial, daría a luz al esperado.
El problema, y el origen de la manipulación, surge cuando este texto hebreo es traducido al griego, unos dos siglos antes de Cristo, en la versión conocida como la Septuaginta. Los traductores eligieron la palabra griega parthenos (παρθένος) para verter el hebreo almah. Aquí reside la ambigüedad fatal. Si bien parthenos puede significar "virgen", su campo semántico era más amplio y, a menudo, se usaba de forma análoga a almah para referirse a una mujer joven que aún no se ha casado, sin que ello constituyera una declaración jurada sobre su historial sexual. Sin embargo, la palabra se inclinaba más hacia la connotación de virginidad física que su contraparte hebrea.
Esta ambigüedad lingüística se convirtió en una oportunidad de oro para los arquitectos de la nueva teología cristiana. En un mundo saturado de mitos de nacimientos milagrosos de héroes y semidioses, presentar a su fundador como nacido de una virgen no era solo una forma de cumplir una profecía (ahora convenientemente reinterpretada), sino una poderosa herramienta de marketing espiritual. El nacimiento virginal elevaba a Jesús por encima de la humanidad ordinaria, lo dotaba de un origen divino incontestable y lo colocaba en un panteón de seres sobrenaturales, diferenciándolo de otros mesías o profetas judíos.
Aquí es donde el error se convierte en engaño. La Iglesia, con pleno conocimiento de los matices lingüísticos y del contexto original, eligió sistemáticamente la interpretación más restrictiva y milagrosa de parthenos. Ignoró el significado original de almah, silenció la existencia de betulah y construyó sobre la base de una traducción conveniente un dogma de proporciones colosales. No fue un accidente de la historia, sino una decisión estratégica. Se tergiversó la profecía no para aclarar, sino para mistificar; no para revelar, sino para controlar. Al transformar a María de una "mujer joven" a una "virgen perpetua", se la deshumanizó, se la convirtió en un ideal inalcanzable y, con ello, se sentaron las bases para una teología del cuerpo y de la sexualidad marcada por la sospecha, la represión y la negación de lo natural. La manipulación no fue solo sobre una mujer llamada María, sino sobre la percepción misma de la feminidad, la pureza y la santidad para millones de personas a lo largo de los siglos. La verdad, como tantas veces, no fue crucificada en un madero, sino en un diccionario.
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