Comprende la Psicogénesis: el origen de la Esencia divina, el Ego reactivo y la Personalidad adquirida para transformar tu mundo interior.
El estudio del origen de la vida interior, la Psicogénesis, es la ciencia fundamental que se ocupa no de la catalogación de comportamientos, sino de la transformación operativa del individuo. Aborda la estructura de la psiquis humana desde una premisa radical: el estado actual del ser humano no es el estado natural ni final, sino una condición anómala, un estado de sueño profundo y colectivo del cual es posible y necesario despertar. La maquinaria psicológica, tal como opera en el individuo promedio, es un mecanismo de reacción, una arquitectura subjetiva, incoherente y desorganizada, cuyo funcionamiento se asemeja más a un proceso hipnótico que a una verdadera vigilia. Para desmantelar esta maquinaria y erigir en su lugar al Hombre Auténtico, es indispensable comprender la génesis de sus componentes, no como una teoría académica, sino como la descripción de un mapa del territorio que cada uno debe recorrer.
La psiquis humana, en su estado actual, se articula sobre tres pilares fundamentales que coexisten en un desequilibrio dinámico: un principio original y trascendente, una creación reactiva y parasitaria, y un vehículo temporal y adquirido. Son, respectivamente, la Esencia, el Ego y la Personalidad. Comprender su naturaleza, su origen y su interrelación es el primer paso ineludible para iniciar cualquier trabajo de rectificación interior.
El primer componente, y el único real en un sentido trascendental, es la Esencia. Este elemento puede ser designado con muchos nombres, pero su función es siempre la misma: es la partícula de la gran Realidad, la Consciencia universal individualizada en cada ser. Es una fracción del principio inteligente que anima el cosmos, una nota singular dentro de la sinfonía cósmica. Para visualizar su naturaleza, no es necesaria la especulación abstracta; basta con observar la fenomenología de un niño en sus primeros meses de vida. La belleza, la pureza, la presencia y la serenidad que irradia un infante no provienen de una construcción intelectual ni de una virtud moral aprendida; emanan directamente de esta Esencia, que en esa etapa se manifiesta con una mínima obstrucción. El ser humano nace con un porcentaje marginal de consciencia activa, una capacidad de "darse cuenta" de sí mismo que, aunque pequeña, lo distingue fundamentalmente del animal, cuyo psiquismo es puramente instintivo. Esta consciencia incipiente es la Esencia en su estado libre.
El crecimiento de esta Esencia es un proceso natural, pero extremadamente limitado en el tiempo. Al igual que el cuerpo físico tiene un impulso de crecimiento programado que se despliega con fuerza durante la infancia y la juventud, la Esencia también posee un ímpetu intrínseco para expandirse durante los primeros años de vida. Sin embargo, este desarrollo espontáneo se detiene. Se detiene porque el entorno psicológico interior, que al principio es un terreno relativamente limpio, comienza a ser colonizado por los otros dos componentes. Para que la Esencia reanude su crecimiento y se convierta en el centro de gravedad de la psiquis, ya no basta el impulso natural; se requiere un esfuerzo deliberado, un "Trabajo sobre sí mismo". Este trabajo no es otra cosa que un cultivo intencional, basado en la aplicación de una atención dirigida y en la aceptación voluntaria de las fricciones necesarias para el desarrollo, análogo al modo en que un atleta somete sus músculos a una tensión consciente para provocar su fortalecimiento.
La tragedia del estado humano actual reside en que la casi totalidad de esta Esencia, de este material psíquico precioso, no está libre ni activa. Se encuentra fragmentada y atrapada, embotellada dentro de la multiplicidad del segundo componente: el Ego. Esta condición es la causa raíz de la mecanicidad humana. La Esencia, al estar condicionada por las estructuras egoicas que la aprisionan, se procesa a través de ellas, tiñendo su impulso puro con el color del miedo, del deseo, del orgullo o de la ira. Esto convierte la noción de "libre albedrío" en una ilusión funcional. Un individuo cree que elige, pero en realidad es "elegido" por el agregado psicológico más fuerte en un momento dado. La voluntad no reside en una entidad central unificada, sino que es usurpada por una legión de impulsos contradictorios que se turnan en el control del individuo.
El segundo componente es el Ego, también conocido como los agregados psíquicos. A diferencia de la Esencia, que es original y real, el Ego es una creación secundaria, una estructura parasitaria que se forma en la psiquis. No es una entidad única, sino una multiplicidad de centros de energía y consciencia, cada uno personificando un error, un defecto, un deseo o un miedo específico. Son entidades autónomas, pendencieras y ruidosas que constituyen una falsa identidad. El origen causal de estos agregados es un proceso simple y observable: el condicionamiento a través de la experiencia. La vida presenta al organismo una corriente incesante de impresiones a través de los sentidos. Cuando una impresión no es transformada por la consciencia, es decir, cuando no es observada, comprendida y digerida de forma lúcida, genera una reacción mecánica. Esta reacción, motivada por el principio biológico fundamental de buscar el placer y evitar el dolor, deja un residuo energético en la psiquis.
Este proceso es observable en todos los dominios de la existencia. En el plano físico, la mano que toca el fuego y experimenta un dolor agudo genera un condicionamiento, un agregado de miedo que en el futuro controlará la reacción ante el fuego. En el plano emocional, una palabra de humillación recibida en la infancia, si no es comprendida y trascendida, cristaliza en un agregado de resentimiento o de inseguridad que reaccionará automáticamente ante situaciones similares décadas más tarde. Un elogio que produce un intenso placer, si no es conscientemente procesado, puede dar a luz a un agregado de vanidad que mendigará constantemente la aprobación ajena. Cada reacción mecánica, cada juicio no examinado, cada impulso de ira, envidia o lujuria que es consentido sin observación, solidifica y fortalece a estos agregados. Son creaciones falsas, programas de supervivencia que, aunque originalmente pudieron tener una función adaptativa rudimentaria, se han convertido en los tiranos de la casa interior, impidiendo el desarrollo de la verdadera consciencia. La falta de reflexión y la inconsciencia con la que el ser humano navega la mayor parte de su vida es el terreno fértil que nutre y multiplica esta legión interior. Además, la utilización incorrecta o el derroche de las energías más potentes del organismo, como la energía creativa sexual, actúa como un combustible de altísimo octanaje que da una fuerza y una solidez terribles a estas cristalizaciones negativas.
El tercer y último componente es la Personalidad. Este es un concepto que a menudo se confunde con el Ego o la Esencia, pero es fundamentalmente distinto. La Personalidad no es innata. Nadie nace con una personalidad; esta se construye. Es un vehículo energético, un traje o una interfaz que se forma durante los primeros años de vida, principalmente desde los siete años, y que se robustece y define a lo largo del tiempo con las experiencias. Su génesis es enteramente exógena, es decir, proviene del exterior. Se forma a través de la imitación del ejemplo de los padres y mayores, de la educación recibida en la escuela, de las costumbres del país, de la lengua materna, de las ideas de la época, de los traumas y alegrías vividos. Es un producto del tiempo y la cultura. La función de la Personalidad es permitir la adaptación y manifestación del individuo en el mundo físico y social.
La Personalidad, en sí misma, es un instrumento neutro y necesario. Es como un automóvil. El problema fundamental no es el vehículo, sino quién lo conduce. En los primeros años de vida, mientras la Personalidad se está formando, la Esencia del niño se manifiesta a través de ella de una manera relativamente directa. Sin embargo, una vez que la Personalidad está suficientemente consolidada, se convierte en el canal perfecto para la manifestación del Ego. Los agregados psíquicos, que hasta entonces permanecían latentes o se expresaban de forma rudimentaria, comienzan a tomar el control del vehículo de la Personalidad para manifestarse en el mundo. El agregado de la ira usa la Personalidad para gritar e insultar. El agregado de la codicia la usa para maquinar y adquirir. El agregado del orgullo la usa para hablar de sí mismo y buscar admiración. De este modo, la Personalidad se convierte en el vehículo de expresión del Ego, y la Esencia queda relegada al asiento trasero, prisionera e impotente.
El destino de la Personalidad está indisolublemente ligado al cuerpo físico. Nace en el tiempo y muere en el tiempo. A la hora de la muerte física, la Personalidad, junto con el cuerpo denso y su fundamento energético vital, va al sepulcro. Al ser un compuesto energético formado por las experiencias de una sola vida, se desintegra lentamente. No posee inmortalidad. Es un vehículo que pertenece a un solo viaje. Esto la diferencia radicalmente tanto de la Esencia, que es la chispa inmortal, como del Ego, que, al ser una cristalización psíquica adherida a la Esencia, no se destruye con la muerte física y continúa a través de sucesivas existencias, contaminando el principio anímico.
Con este mapa de la geografía interior, la meta de la Psicología Mística se vuelve clara y operativa: la Autorrealización del Ser. Este proceso implica una transformación deliberada, una Psicogénesis Reversible, que busca transmutar al ser humano condicionado —un organismo regido por la mecanicidad del Ego— en el Hombre Auténtico, un individuo cuyo centro de gravedad ha sido transferido a la Esencia despierta y desarrollada. El método para lograr esto es el Despertar de la Consciencia.
Este proceso revolucionario consiste en revertir la génesis del Ego. Si el Ego nació de la no-transformación de las impresiones, la vía para su disolución es la transformación consciente de esas mismas impresiones. Esto se logra mediante un trabajo tripartito e incesante. Primero, una auto-observación rigurosa que permite identificar en tiempo real a los distintos agregados psíquicos en el momento en que buscan manifestarse. Segundo, un juicio crítico y una comprensión profunda de la naturaleza dañina y mecanicista de cada agregado observado, negándole el consentimiento para actuar. Tercero, un proceso de disolución mediante la luz de la consciencia; una vez que el agregado es comprendido, la atención enfocada sobre él, de forma serena y sin juicio, lo desintegra progresivamente, tal como la luz disuelve la sombra. Al desintegrar el Ego, la Esencia atrapada en su interior es liberada. Cada victoria sobre un agregado libera un porcentaje de Consciencia, que se acumula y fortalece, permitiendo que la verdadera Individualidad Consciente, el Hombre Auténtico, nazca y se desarrolle. Se trata, en esencia, de una inversión del proceso de creación: dejar de ser una criatura pasiva de las circunstancias para convertirse en el creador activo de la propia realidad psicológica.

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