Aclara las diferencias exactas entre Retorno, Reencarnación y Metempsicosis, describiendo las leyes universales que rigen el alma tras la muerte.
Para el buscador que anhela claridad, el vasto territorio que se extiende más allá de la muerte a menudo se presenta como un mapa confuso, donde los caminos se cruzan y los nombres se intercambian, sembrando la duda donde debería reinar la certeza. Tres grandes leyes gobiernan los ciclos de la existencia, y aunque sus nombres resuenan en la memoria de la humanidad, sus verdaderos mecanismos han sido velados por la interpretación errónea y la metáfora imprecisa. Es imperativo desentrañar con absoluta exactitud la naturaleza de estos tres movimientos cósmicos —el Retorno, la Reencarnación y la Metempsicosis—, no como creencias, sino como descripciones funcionales de la maquinaria universal que procesa la vida, la muerte y el perpetuo devenir de la Consciencia.
El primero y más universal de estos mecanismos es la Ley del Retorno. Esta no es una doctrina filosófica sujeta a debate, sino un proceso natural, tan ineludible y mecánico como la ley de gravedad que atrae un cuerpo hacia el centro de la Tierra. Afecta a la inmensa mayoría de las entidades humanas que habitan el planeta. Para comprender su funcionamiento, es preciso observar lo que sucede en el instante de la muerte física. El evento de la muerte no es una aniquilación, sino una operación de decantación. La personalidad superficial, ese conjunto de modales, recuerdos específicos y el nombre que se usó en vida, se disuelve como la escarcha bajo el sol matutino. Lo que perdura es el residuo no volátil, la suma energética de todo lo que un individuo fue en su interior: sus virtudes no consolidadas, sus errores no comprendidos, sus hábitos arraigados, sus anhelos insatisfechos y sus miedos latentes. Este conglomerado de valores energéticos, una pluralidad de impulsos a menudo contradictorios, constituye lo que se conoce como el Ego, la herencia psicológica que sobrevive al cuerpo. Una vez liberado del vehículo físico, este Ego no se disipa en la nada; se sumerge en una dimensión no física, un espacio psicológico donde el tiempo no fluye de manera lineal. En esta región, opera otra ley natural: la Ley de Imantación Universal. Al igual que limaduras de hierro esparcidas sobre un papel se organizan según las líneas de fuerza de un imán invisible, estos Egos se atraen y se agrupan según sus afinidades vibratorias. Los iracundos se congregan con los iracundos, los lujuriosos con los lujuriosos, los envidiosos con los envidiosos. Esta atracción no es una metáfora; es una adhesión literal, una fusión temporal de esencias afines en un estado de sueño post-mortem. Tras un período en este estado, la eternidad, como un gran sistema digestivo cósmico, expele o devuelve este conglomerado energético al mundo del tiempo y la forma. El proceso de reincorporación es igualmente mecánico. Fuerzas inteligentes de la naturaleza, a las que se ha llamado Ángeles de la Vida, conectan el nexo energético del alma —un hilo de vida— a un zoospermo fecundante. En el momento de la concepción, se establece un vínculo, pero el alma no ingresa aún en el feto. Permanece conectada, esperando en el umbral dimensional. Durante la gestación, el Ego proyecta un diseño electropsíquico, una plantilla energética que replica la estructura de la personalidad anterior. Este molde sutil satura el organismo en desarrollo, predisponiéndolo a tener las mismas tendencias, talentos y debilidades. Con la primera inhalación del recién nacido, el alma es finalmente absorbida dentro del nuevo cuerpo, y el ciclo comienza de nuevo. Este Retorno está indisolublemente soldado a otra ley, la de Recurrencia. La vida de un individuo que retorna no es nueva. Es una repetición del guión de la vida anterior, con las consecuencias kármicas añadidas. Las mismas tragedias, las mismas comedias, los mismos encuentros se repiten en circunstancias diferentes, con el fin de presentar a la consciencia una y otra vez la misma lección no aprendida.
En un plano de existencia radicalmente distinto opera la Reencarnación. Confundir este sublime evento con el mecánico Retorno es como confundir el destello de un relámpago con la luz deliberada de un faro construido para guiar a los navegantes. La Reencarnación no es una ley que se impone, sino un acto de voluntad suprema. Es un fenómeno exclusivo de individuos que han trascendido por completo la condición humana ordinaria. No es la vuelta de un Ego, sino el descenso de lo Divino a un cuerpo humano. Los seres que se reencarnan —Maestros de compasión, avatares, Cristos— no son arrastrados de vuelta a la existencia por deudas pendientes o deseos incumplidos. El requisito fundamental e ineludible para la Reencarnación es la aniquilación absoluta y total del Ego pluralizado. Un ser que se reencarna ya no posee ese conglomerado de valores contradictorios; ha disuelto cada uno de sus agregados psicológicos a través de un trabajo interior consciente y voluntario. En su lugar, ha cristalizado lo que se conoce como una Individualidad Sagrada. Este no es un concepto abstracto. Se refiere a la formación de un centro permanente de consciencia, un vehículo anímico unificado y objetivo que se ha forjado a partir de la esencia liberada. Este "Embrión Áureo", como se le ha llamado simbólicamente, es la conciencia misma, organizada y autoconsciente. Por lo tanto, un ser que se reencarna posee una consciencia despierta y continua. Recuerda sus existencias pasadas y no es víctima de las circunstancias. En un acto de sacrificio y amor por la humanidad, elige deliberadamente cuándo, dónde y en qué familia nacer para cumplir una misión específica. Puede seleccionar las coordenadas de su nacimiento para optimizar su trabajo en el mundo, aunque no puede alterar las leyes kármicas que rigen a la familia, la nación o la época en la que decide manifestarse. La humanidad común retorna para repetir dramas; los seres sagrados se reencarnan para entregar un mensaje y señalar un camino.
Finalmente, para obtener una perspectiva completa, es necesario comprender la Metempsicosis, también conocida como la Transmigración de las Almas. Este no es un proceso separado, sino el gran mapa cósmico que contiene a los otros. La Metempsicosis es la doctrina de la Rueda del Samsara, el ciclo completo de manifestación de la vida a través de todos los reinos de la naturaleza. Esta rueda representa las dos grandes corrientes de la existencia: la Evolución y la Involución. Son leyes mecánicas que constituyen el eje fundamental del universo. Todo en la naturaleza evoluciona hasta cierto punto y luego involuciona. Una chispa de Consciencia, emanada del Espíritu Universal de Vida, comienza su larguísimo peregrinaje en el escalón más bajo: el reino mineral. A lo largo de eones, asciende, experimentando luego en el reino vegetal y, posteriormente, en el reino animal, adquiriendo cada vez mayor complejidad y sensibilidad. Al culminar su experiencia en el reino animal, se le concede la oportunidad de ingresar al estado humano. En este punto crítico, a cada alma se le asigna un ciclo de 108 existencias para intentar alcanzar la Autorrealización, es decir, para eliminar su Ego y cristalizar su Individualidad Sagrada. El Retorno es, por tanto, el mecanismo que regula las repeticiones dentro de estas 108 oportunidades. Si al agotar este ciclo completo el individuo ha fracasado en su propósito, la ley de la Metempsicosis entra en acción en su fase descendente. El alma es arrastrada por la corriente de la Involución. Este descenso no es una condena, sino un proceso de reciclaje cósmico, aunque espantosamente doloroso para la consciencia atrapada en el Ego. El alma se sumerge en las dimensiones inferiores de la naturaleza, en lo que simbólicamente se ha llamado el Infierno o el Abismo. Allí, en el "reino mineral sumergido", la naturaleza misma desintegra por la fuerza la estructura egoica en un proceso conocido como la Muerte Segunda. Cada agregado psicológico es pulverizado hasta quedar reducido a polvo cósmico. Una vez que el Ego ha sido aniquilado y la esencia ha sido liberada, esta emerge de nuevo, pura y limpia como en su origen. Entonces, reinicia su ciclo evolutivo desde el principio, ascendiendo una vez más a través del mineral, el vegetal y el animal, para eventualmente reconquistar el estado humano y recibir un nuevo ciclo de 108 vidas. La ley cósmica concede 3,000 de estos ciclos completos para que la Mónada, la chispa divina interior, alcance la Maestría. Si fracasa definitivamente, es reabsorbida en el océano del Espíritu Universal, gozando de una felicidad elemental, pero habiendo perdido la oportunidad de convertirse en una individualidad autoconsciente y cósmica.
Así, queda establecida la distinción precisa: el Retorno es la repetición mecánica de una vida condicionada por el Ego. La Reencarnación es el descenso voluntario de un Ser liberado del Ego. Y la Metempsicosis es la ley cíclica universal de evolución e involución que abarca a todos los reinos, ofreciendo la oportunidad del despertar y garantizando la purificación final de toda esencia.

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