Las Representaciones de la Mente son fotos inertes que impiden la paz. Aprende a diferenciarlas del ego y a disolverlas con la consciencia.
En el universo interior del ser humano, la mente funciona como un vasto y sensible lienzo sobre el cual se proyectan incesantemente las formas del mundo. Cada percepción que ingresa a través de los portales de los sentidos —la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato— no se desvanece sin dejar rastro. Al contrario, cada una deposita una huella, una impronta sutil pero persistente. Estas huellas son las Representaciones de la Mente, también conocidas como Efigies Mentales. Comprender su naturaleza, su origen y su impacto es un paso fundamental para quien aspira a la quietud interior y a la percepción directa de la realidad.
Una representación mental es, en su esencia más simple, la imagen o el concepto que el entendimiento conserva de algo que ha percibido. Para ilustrarlo de una manera tangible, considérese la diferencia fundamental entre un ser humano vivo, pulsante y lleno de un misterio inagotable, y una fotografía de esa misma persona. La fotografía captura una forma, un instante, un contorno, pero carece de vida, de profundidad, de la esencia dinámica que define al ser. Es un registro estático, un eco visual. De manera análoga, la imagen que un individuo guarda en su mente de otra persona —el recuerdo de su rostro, el tono de su voz, las ideas asociadas a ella— es una efigie mental. Es la "fotografía interior", un constructo que, aunque útil para la navegación en el mundo cotidiano, no es la realidad misma, sino un mero reflejo de ella.
El origen de estas efigies es doble. La primera fuente, y la más común, es la recepción pasiva a través de los sentidos. El mundo exterior se imprime en la psique de manera casi mecánica. La forma de una montaña, la estructura de un árbol, el rostro de un extraño, la melodía de una canción; todo penetra y queda almacenado como un archivo en la memoria del entendimiento. Este proceso es continuo y, en un estado de consciencia no vigilante, completamente automático. La mente se convierte así en un depósito, un museo acumulativo de todas las formas con las que ha entrado en contacto.
La segunda fuente es la creación activa y deliberada. El individuo no es solo un receptor pasivo, sino también un creador, un escultor de su propio paisaje mental. Con el poder de la imaginación y la concentración, puede dar forma a nuevas efigies. Este poder creativo es neutro y su resultado depende enteramente de la cualidad de la atención y la intención. Por ejemplo, si un aspirante se visualiza a sí mismo superando una debilidad, manteniendo la calma en una situación difícil o actuando con compasión, está esculpiendo una efigie positiva. Esta forma mental puede actuar como un modelo, un faro que guía la voluntad hacia una expresión más elevada. Por el contrario, si un individuo se entrega a la contemplación de imágenes violentas, lujuriosas o degradantes, está activamente creando y fortaleciendo efigies negativas. Estas formas oscuras se instalan en la mente, actuando como focos de atracción para energías similares y perpetuando estados interiores de agitación y desorden.
Es de capital importancia establecer una distinción clara y rotunda entre estas Representaciones Mentales y los agregados psíquicos, esas cristalizaciones del ego que constituyen los verdaderos obstáculos para el despertar. La diferencia no es de grado, sino de naturaleza. Una efigie mental, ya sea positiva o negativa, es fundamentalmente inerte. Es como la ceniza fría de un fuego que ya se ha extinguido; contiene la forma y el recuerdo del fuego, pero no su calor ni su poder de combustión. En una representación no hay ninguna porción de la Esencia, de la Consciencia divina, atrapada o embotellada. Es, en última instancia, información, un dato almacenado. Un agregado psíquico, en cambio, es la vivísima personificación de un defecto: la ira, la envidia, el orgullo. Es un nudo de energía vivo, un centro de voluntad autónomo que contiene una chispa de Consciencia fragmentada y atrapada en su interior. Es un fuego activo que consume la energía vital del individuo, reacciona, exige y perpetúa el sufrimiento. Una efigie de la ira es el mero recuerdo de una ofensa; el agregado de la ira es la capacidad viva de sentirla una y otra vez. Por esta razón fundamental, ninguna representación podría jamás dar origen a un nuevo agregado. La fotografía de un lobo no puede morder.
A pesar de su naturaleza inerte, las efigies mentales causan profundos problemas y se convierten en un serio impedimento para la paz interior. Su primer efecto pernicioso es la capacidad de ser alteradas, corrompiendo la percepción de la realidad. Supóngase que un individuo mantiene una representación clara y afectuosa de un amigo. Si presta oído a chismes, calumnias o conversaciones negativas sobre esa persona, las palabras maliciosas actúan como un veneno que se infiltra en la efigie. La imagen mental del amigo se deforma, se mancha, y el individuo comienza a percibirlo no como es, sino a través del filtro de esa representación adulterada. Este es un grave error, pues al "darle oídos" a la negatividad, se permite que la basura psíquica de otros contamine el propio templo interior.
El segundo y más profundo problema es que una mente abarrotada de representaciones nunca podrá ser serena. La actividad mental incesante consiste, en gran medida, en revisar, comparar, proyectar y reaccionar a este vasto archivo de efigies. La mente se convierte en una Mente Proyectista, constantemente saltando del recuerdo del pasado a la anticipación del futuro, condicionada por el dolor y el placer asociados a esas imágenes. Continuar alimentando las distintas representaciones del entendimiento es garantizar un estado de agitación perpetua. Este ruido mental constante es uno de los principales velos que impiden la Iluminación Interior, pues la voz sutil del Ser sólo puede ser escuchada en el silencio.
Mientras el espacio de la mente esté ocupado por esta multitud de elementos extraños —tanto efigies como agregados—, la Consciencia permanece en un estado de sueño profundo. El verdadero iluminado vive en un estado de intensificada vigilia, libre de la película de los sueños que proyectan las representaciones. Las efigies que se cargan en el interior condicionan a la Consciencia y la mantienen encarrilada en los surcos de la subconsciencia, repitiendo patrones y reaccionando a fantasmas. Este mecanismo se extiende incluso más allá de la vida física. En los estados post-mortem, muchas almas pierden un tiempo precioso en paraísos ilusorios, interactuando con las efigies mentales de sus seres queridos. Estas figuras, que parecen tan reales y hacen placentera esa existencia, son meras proyecciones vivificadas por el anhelo del desencarnado, no las almas reales de aquellos a quienes amaron.
El propósito del trabajo esotérico es, por tanto, una limpieza radical. La mente debe ser purificada de toda esta "basura" para convertirse en lo que está destinada a ser: un templo solitario y luminoso donde oficie únicamente la llama de la sabiduría intuitiva que emana del Ser. Esto implica la eliminación de todas las Representaciones de la Mente, tanto las consideradas positivas como las negativas. Aunque una efigie positiva pueda parecer útil como herramienta motivacional, a la larga sigue siendo un intruso, una forma ajena al Ser, un concepto que ocupa el espacio donde debería reinar el silencio receptivo. Son andamios que, una vez cumplida su función, deben ser desmantelados para que el edificio de la realidad pueda ser visto tal cual es.
El método para su eliminación es un acto de profunda auto-observación y comprensión. Es similar al proceso de disolución del ego, pues requiere la luz de la consciencia. El primer paso es reconocerlas. El aspirante debe aprender a observar el flujo de su mente y a identificar estas formas como lo que son: meras imágenes, ecos, reflejos sin sustancia real. Al ver surgir el recuerdo de una persona, en lugar de identificarse con él, lo observa como un objeto mental. El segundo paso es comprender su vacuidad y quitarles el valor. Una efigie mantiene su poder sobre la atención porque está cargada de significado emocional. Al comprender que es solo una fotografía del pasado, una construcción mental, se le retira esa carga. La luz de la consciencia, al iluminar la sombra, demuestra su irrealidad y la disuelve.
La práctica suprema para evitar la creación continua de nuevas efigies es aprender a vivir de instante en instante. Quien desarrolla la capacidad de estar plenamente presente en el aquí y el ahora, con la mente funcionando como un espejo prístino, refleja el mundo sin retenerlo. Un espejo muestra la imagen de lo que tiene delante, pero en cuanto el objeto se retira, el espejo queda perfectamente vacío, sin rastro de lo que reflejó. Una mente que vive en el momento no acumula nuevas fotografías, no construye nuevos fantasmas.
Cuando la mente es liberada de la carga de sus representaciones y de la tiranía de los agregados, se aquieta. Es en esa quietud, en ese silencio profundo del entendimiento, que el ser humano se vuelve receptivo a una nueva forma de conocimiento. La niebla de la subjetividad se disipa. Los mensajes que provienen de los centros superiores del Ser, de la dimensión de la Consciencia pura, pueden por fin penetrar sin ser distorsionados por el filtro de la memoria y el concepto. Estos mensajes tienen un "sabor nuevo", no son del tiempo, no son reciclados. Son intuiciones directas, percepciones de la verdad que brotan frescas y vivas en el templo purificado de una mente en paz.

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