La Rueda del Samsara: El Viaje del Alma, Evolución e Involución

Explora el ciclo cósmico del alma: su viaje por la Rueda del Samsara, la evolución, la involución y el camino a la liberación final.

Para comprender el vasto mecanismo de la existencia, es preciso observar primero el latido de un corazón, el brotar de una semilla o el ciclo de una estación. En cada uno de estos pequeños dramas se esconde el guion completo del universo. Toda manifestación, desde el nacimiento de una galaxia hasta el despertar de una consciencia, sigue un pulso fundamental: un movimiento de expansión desde un origen silencioso y unificado, y un movimiento de contracción de regreso a esa misma fuente. Este es el gran aliento del cosmos, una sístole y una diástole que abarca eones, y en cuyo interior se desarrolla el viaje de todo lo que es. La llamada Rueda del Samsara no es más que la expresión de este ritmo universal, aplicado al viaje particular de la esencia individual a través de la materia y el tiempo.

En un principio que no es principio, en un tiempo que precede al tiempo, solo existe el Origen, el Espacio Abstracto Absoluto. Imaginarlo es como intentar concebir el silencio del que nacerá toda la música posible, o la quietud de un océano insondable antes de que la primera ola se levante. No es un vacío inerte, sino una plenitud potencial, una Consciencia pura que se contiene a sí misma, ilimitada y sin forma. Desde este misterio insondable surge el primer impulso, la primera vibración que dará nacimiento a los universos. Este impulso no nace de una ley externa, sino de un anhelo inherente al propio Absoluto: un deseo primordial de conocerse a sí mismo, de experimentar su propia infinitud a través de la manifestación y la multiplicidad. La Creación entera es el espejo en el que el Absoluto busca contemplar su propio rostro.

Este despliegue desde la unidad hacia la complejidad da origen a los diferentes planos o dimensiones de la existencia. Es como una luz purísima que, al alejarse de su fuente, atraviesa velos cada vez más densos. Cuanto más se aleja una dimensión del Origen, más se oscurece y complica, volviéndose más pesada, más mecánica y, por ende, un entorno de mayor fricción y sufrimiento. El Absoluto es el reino de la libertad total, de la unidad sin fisuras. Los mundos inferiores, en cambio, se vuelven progresivamente más restrictivos e inerciales. El dolor, en este contexto, no es un castigo, sino la consecuencia natural de una consciencia luminosa moviéndose en un entorno de alta densidad, como un nadador que experimenta una presión creciente a medida que se sumerge en las profundidades del océano.

Es en este escenario cósmico ya establecido donde comienza el drama del alma. Del seno del Absoluto emanan incontables chispas de Consciencia, las Mónadas. Cada una es como una gota de agua extraída del océano primordial: posee la esencia del océano, pero no tiene consciencia de su propia naturaleza oceánica. Es pura, inocente, pero duerme. En su interior late aquel mismo anhelo fundamental del Origen, una nostalgia por conocerse a sí misma, por despertar a la plenitud que intuye en su raíz. Este impulso es el motor que la proyecta hacia la manifestación, un viaje de autodescubrimiento a través de la materia.

La fuerza creadora, en su despliegue expansivo, materializa el universo físico. Aquella vibración primordial se condensa en partículas elementales que, a lo largo de eones, se organizan y estructuran bajo leyes inmutables. De este lento y majestuoso proceso de enfriamiento y cristalización nace el primer gran escenario de la existencia material: el reino mineral, con su silenciosa lección de estabilidad y permanencia. Es sobre este fundamento ya establecido que las incontables chispas virginales, emanadas como una marea desde el seno del Absoluto, inician su larguísimo peregrinaje, sumergiéndose en esta primera forma de materia para aprender sobre la estructura y la paciencia en un estado de sueño profundo.

Sobre este cimiento de materia organizada, la inteligencia cósmica imprime un nuevo impulso, dando a luz al reino vegetal. La vida, como una nueva dimensión de la Consciencia, se abre paso, dotando a la materia de sensibilidad y la capacidad de responder a los ciclos del sol y del agua. Es entonces cuando las esencias, habiendo agotado su aprendizaje en la quietud mineral, son llamadas a sumergirse en esta nueva forma de existencia, donde experimentan un estado de consciencia colectivo y similar al del sueño. Completada esta etapa, la fuerza creadora diseña un vehículo más complejo, dotado de movimiento, deseo e instinto, dando origen al reino animal. Las chispas, ya no durmientes, ascienden para agruparse en ánimas, "almas grupales" que experimentan el mundo a través de las distintas especies. Es en esta etapa, en la lucha por la supervivencia que este nuevo reino impone, donde nacen los primeros agregados psicológicos: el miedo a la aniquilación, la agresividad para defenderse o cazar, el instinto de procreación que, sin control, se convierte en la base de la lujuria. Finalmente, cuando el ciclo de experiencia animal se agota, el impulso creador culmina su obra en el plano material al forjar el vehículo humano, un organismo dotado de un cerebro complejo, capaz de albergar el intelecto, la razón y el potencial para la autoconsciencia. A estas esencias, ya enriquecidas y complejizadas por su largo viaje, se les concede entonces la oportunidad de encarnar individualmente en estas formas. Aquí reciben el don del libre albedrío, marcando el fin de su evolución guiada por la naturaleza y el verdadero comienzo de su responsabilidad personal.

La Rueda del Samsara, como mecanismo de sufrimiento y repetición, no se activa en plenitud durante este ascenso. Se trata de un desenvolvimiento automático, un impulso evolutivo que opera sin la intervención de una voluntad individual. La verdadera encrucijada, el punto donde el destino se vuelve una elección, llega cuando esa alma animal, después de haber acumulado suficiente experiencia, está lista para recibir el don que la separará de todas las demás criaturas: el intelecto, el libre albedrío y el potencial para la autoconsciencia. Es en este momento que ingresa al estado humano.

Con su entrada al reino humano, a cada esencia se le concede una oportunidad directa y única para la autorrealización: un ciclo de 108 existencias. En estas 108 vidas, el alma posee todas las herramientas para su liberación definitiva. Tiene una mente capaz de discernir la verdad del engaño, una voluntad para superar sus debilidades y la capacidad de observarse a sí misma. El objetivo de esta etapa no es simplemente vivir, reproducirse y morir. El propósito es desmantelar conscientemente la estructura egoica heredada del reino animal y fortalecida a través de las vidas humanas, para así liberar la esencia pura que yace atrapada en su interior.

Aquí se encuentra el punto de inflexión fundamental. Si el individuo aprovecha estas 108 existencias para trabajar sobre sí mismo, emprende el camino directo hacia la liberación. Si, por el contrario, fracasa al identificarse con sus defectos y fortalecer su ego, es el individuo mismo quien, por su propia responsabilidad y a través de sus acciones, densifica su naturaleza psicológica. Este peso auto-creado, por una ley natural análoga a la gravedad, lo hace hundirse al agotar su última oportunidad. Este descenso inevitable es el comienzo de la involución. La Rueda del Samsara es el efecto pasivo de este proceso, el mapa que describe el viaje circular en el que la propia alma se ha metido a causa de su fracaso.

La involución es el camino de regreso a la simplicidad a través de la desintegración forzosa. El alma, con su pesada carga egoica, inicia su descenso por los reinos de la naturaleza, pero en su arco descendente. Primero, se sumerge en el reino animal involutivo de las infradimensiones, encarnando en criaturas que son la expresión física de los agregados psicológicos que no pudo disolver. Tras agotar un largo período en este estado de sufrimiento instintivo, desciende aún más, al reino vegetal de las infradimensiones, donde la consciencia se vuelve casi nula. Finalmente, su caída termina en el reino mineral involutivo. Sometida a presiones y a una mecanicidad inimaginables, es aquí donde ocurre la "muerte segunda": la estructura egoica es pulverizada, desintegrada hasta sus componentes más básicos y reducida a polvo cósmico.

Una vez que el ego ha sido destruido y la esencia ha sido liberada, limpia y pura como al principio, no se pierde. Inicia de inmediato su nuevo viaje de ascenso, la segunda mitad del ciclo. Comienza su larguísimo recorrido evolutivo desde el propio reino mineral, ascendiendo gradualmente hacia estratos menos densos. Luego, emerge al reino vegetal, recuperando la sensibilidad. Posteriormente, ingresa al reino animal, donde reconstruye un ánima y vuelve a experimentar el instinto, hasta alcanzar finalmente el estado humano una vez más. Este viaje completo —el descenso involutivo por fracaso propio, la desintegración del ego, y el posterior y mecánico re-ascenso a través de todos los reinos— constituye una vuelta completa de la Rueda del Samsara. A partir de este punto comienzan a contarse los ciclos. La ley cósmica establece que la Rueda girará 3.000 veces para cada alma. Cada vez que una vuelta se completa y la esencia llega de nuevo al estado humano, recibe un nuevo paquete de 108 vidas para intentar la autorrealización.

El drama se completa al observar el resultado final. La cruda realidad es que la casi totalidad de las esencias agotan sus 3.000 giros de la Rueda sin alcanzar la Maestría. En este caso, la Mónada finalmente es reabsorbida en el Absoluto. Regresa al océano, pero lo hace como una criatura inocente e inconsciente, gozando de una felicidad elemental, como un animalito feliz, pero sin la sabiduría y la autoconsciencia que eran el propósito original del viaje. Ha fracasado en su misión. Por otro lado, en una proporción extraordinariamente reducida, casi infinitesimal, están las almas que sí lo logran. Ellas también se reintegran al Absoluto, pero como Maestros, seres plenamente despiertos, individualidades sagradas que participan conscientemente en la dicha infinita del Origen. La liberación no es una aniquilación, sino la consumación del propósito. El camino para ello es el trabajo interior, un proceso metódico que conduce a la disolución del ego y al despertar pleno de la Consciencia.

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