Descubre la Íntima Recordación de Sí Mismo, el camino para despertar del sueño psicológico y reconectar con tu verdadera Esencia.
Para emprender el viaje hacia la comprensión de la Íntima Recordación de Sí Mismo, es preciso primero aceptar una premisa tan radical como fundamental, una verdad que sacude los cimientos mismos de nuestra identidad cotidiana: el ser humano, en su estado habitual, no vive una vida verdaderamente consciente, sino que es vivido por ella. Se encuentra sumergido en un profundo estado de sueño psicológico, un sonambulismo en el que sus días transcurren como una secuencia de reacciones mecánicas, un eco condicionado a los estímulos que el mundo le presenta. Imagínese una marioneta de una complejidad exquisita, dotada de la capacidad de hablar, de razonar, de sentir una vasta gama de emociones. Esta marioneta cree firmemente que sus movimientos son suyos, que la voz que emite es la expresión de su voluntad. No percibe los hilos invisibles que la gobiernan: los hilos de sus memorias, de sus miedos arraigados, de sus deseos insaciables, de los hábitos que ha tejido a lo largo de los años. Una palabra áspera tira del hilo de la ira; una imagen nostálgica, del hilo de la melancolía; la promesa de un placer futuro, del hilo de la ansiedad. Y así, la marioneta baila, creyéndose el bailarín.
Este es el retrato del hombre y la mujer ordinarios, perdidos en un laberinto de su propia construcción interior, identificados hasta la médula con sus roles sociales, sus posesiones materiales, el torrente incesante de sus pensamientos y la marea cambiante de sus emociones. Se dice a sí mismo "yo soy mis ideas", "yo soy mi tristeza", "yo soy mi profesión", sin advertir jamás que la verdadera identidad es aquello que puede observar todo ese desfile sin ser arrastrado por él. En este panorama de olvido, la Íntima Recordación de Sí Mismo emerge no como una técnica de relajación o un ejercicio intelectual, sino como el acto supremo de insurrección espiritual. Es el esfuerzo deliberado y sostenido por despertar dentro del propio sueño, por encender una luz en la oscuridad de la mecanicidad. No se trata de recordar lo que hicimos ayer, sino de recordar quiénes somos en este preciso instante, en la profundidad insondable del Ser, mucho antes de que se formara la personalidad y sus múltiples máscaras. Es el acto de volver a casa, a un lugar que nunca hemos abandonado, pero que hemos olvidado por completo.
Para cartografiar este territorio interior, debemos proceder con la paciencia de un explorador, delineando primero la naturaleza de la prisión —el sueño—, para luego poder apreciar el valor y la función de la llave que abre sus puertas.
La arquitectura de esta prisión psicológica, de este estado de no-recuerdo, se sostiene sobre varios pilares fundamentales que operan de forma tan constante que se han vuelto invisibles para nosotros. El primero, y quizás el más desorientador, es la falacia de un "yo" unificado. Creemos poseer un centro de mando único y coherente, un "yo" singular que toma las decisiones y dirige el curso de nuestra vida. La cruda realidad, observable para cualquiera que se examine con una sinceridad implacable, es que no poseemos tal unidad. En nuestro interior no habita un rey, sino una multitud anárquica. Somos una legión de impulsos y voluntades fragmentarias, cada una proclamándose "yo" durante el breve instante en que usurpa el trono de nuestra consciencia. Un fragmento de nosotros, lleno de noble aspiración, jura al comenzar la semana que cultivará la paciencia y la virtud. Otro fragmento, horas más tarde, ante la más mínima contrariedad, estalla en un torbellino de resentimiento y palabras hirientes, completamente ajeno a la promesa anterior. Una faceta de nuestra psique se compromete con un riguroso plan de salud, mientras otra, seducida por un capricho momentáneo, sabotea el esfuerzo con justificaciones ingeniosas. ¿Quién de ellos es el verdadero "yo"? Ninguno. Son todos impostores, pequeños tiranos que se suceden en el poder, dejando tras de sí un rastro de contradicciones y promesas rotas. Esta guerra civil interior es la fuente de nuestra debilidad, de nuestra incapacidad para sostener un propósito a largo plazo, y es la manifestación más evidente de nuestro estado de sueño. No hay nadie al timón del barco; la nave va a la deriva, gobernada por el motín de su propia tripulación.
La fuerza que mantiene cohesionada esta ilusión de unidad mientras perpetúa la fragmentación real es un proceso psicológico llamado identificación. Este es el mecanismo por el cual nuestra capacidad de darnos cuenta, nuestra consciencia, se fusiona por completo con el objeto de su atención, olvidándose de sí misma en el proceso. Es un acto de entrega total al mundo exterior o al paisaje interior, una pérdida de sí mismo en lo percibido. Cuando alguien nos insulta en la calle, no experimentamos el fenómeno como "estoy observando la llegada de unas vibraciones sonoras que mi mente interpreta como ofensivas"; en lugar de eso, el yo se zambulle de cabeza en la emoción de la ofensa y proclama: "¡Me han insultado!". El "yo" y la ofensa se han vuelto una sola cosa. Nos identificamos con nuestro cuerpo, y un simple dolor de cabeza puede convertirse en el centro de nuestro universo, eclipsando toda otra realidad. Nos identificamos con nuestros pensamientos, y una idea fugaz sobre un posible fracaso futuro nos arrastra a un abismo de angustia, olvidando que somos el espacio en el que el pensamiento aparece, no el pensamiento en sí. La identificación es la externalización total de nuestro centro de gravedad. Es como si el Sol, olvidando su propia naturaleza ígnea y central, creyera ser cada uno de los planetas a los que ilumina. Este es el verdadero significado del olvido de Sí: la consciencia se pierde, hipnotizada por sus propias creaciones.
Este estado de sueño es alimentado y sostenido por un combustible muy particular: las emociones negativas. Desde la perspectiva trascendental, la ira, la envidia, los celos, la autocompasión o el miedo no son meras respuestas psicológicas. Son fugas energéticas de una magnitud colosal. Representan el derroche de las energías más finas y potentes que nuestro organismo produce, energías que, de ser conservadas y transformadas, servirían como el combustible para el despertar de facultades superiores. Cuando nos abandonamos a una emoción negativa, no solo sufrimos; estamos, literalmente, alimentando a los agregados psicológicos que componen nuestra legión interior. El fragmento del ego que se deleita en el victimismo se fortalece con cada gota de autocompasión. La faceta que se siente poderosa en la agresión engorda con cada estallido de ira. Nos convertimos en una granja de energía para nuestros propios carceleros. Por ello, en las antiguas escuelas de misterios se enseñaba que el control y la transformación de las emociones negativas no era una cuestión de moralidad, sino de economía energética y de estrategia espiritual. Es imposible intentar despertar si dejamos todas las ventanas y puertas de nuestra casa interior abiertas para que los ladrones de energía entren y salgan a su antojo.
Finalmente, este sueño se ve reforzado por el incesante teatro de la personalidad, especialmente a través de un mecanismo conocido como la consideración interna. Esta es la obsesión constante y agotadora con la imagen que proyectamos, con lo que los demás piensan o podrían pensar de nosotros. Pasamos la mayor parte de nuestro tiempo mental ensayando conversaciones, reviviendo agravios imaginarios ("¿por qué me miró de esa manera?"), anticipando juicios o buscando aprobación. Vivimos como actores en un escenario, actuando para una audiencia que, en su mayor parte, no nos presta la más mínima atención porque está igualmente absorta en su propio drama personal. Esta actividad febril de la mente consume cantidades prodigiosas de nuestra fuerza vital y nos mantiene completamente anclados en la superficie de nuestro ser, en la máscara social, muy lejos del silencio y la quietud donde reside el Sí Mismo real.
Una vez que hemos diagnosticado con tal crudeza la anatomía del sueño, podemos empezar a vislumbrar la naturaleza del despertar. La Íntima Recordación de Sí Mismo es el antídoto directo y preciso para cada uno de estos venenos. Es un acto, no una idea. Es una vibración, no un concepto. Su fundamento práctico reside en un ejercicio de la consciencia que podríamos llamar la división deliberada de la atención. Normalmente, nuestra atención es como un rayo de luz que se proyecta en una sola dirección. Si leemos un libro, toda nuestra atención está en las palabras. Si caminamos por la calle, toda nuestra atención está en el tráfico, las tiendas, las personas. Nos olvidamos por completo de nosotros mismos en el acto de percibir. La práctica del despertar consiste en dividir ese rayo de luz en dos. Una parte de la atención permanece dirigida hacia el exterior, percibiendo el mundo con total claridad: el libro, la calle, la conversación. Pero, simultáneamente, otra parte de la atención se dirige hacia el interior, hacia uno mismo. Se trata de hacerse consciente de uno mismo siendo consciente.
No es pensar "ahora estoy leyendo", pues eso sería simplemente añadir otro pensamiento al torrente mental. Es sentir. Sentir la postura del cuerpo en la silla. Sentir el leve movimiento del pecho al respirar. Sentir una sutil vibración de vida que impregna las manos que sostienen el libro. Es ser consciente del libro y, al mismo tiempo, ser consciente de la presencia silenciosa que percibe el libro. En ese instante mágico en que se logra esta doble dirección de la atención, ocurre una revolución. Se crea un tercer punto: el Observador. Ya no somos el sujeto perdido en el objeto. Somos la Consciencia que es consciente tanto del sujeto que percibe como del objeto percibido. Por un breve momento, el hechizo de la identificación se rompe. La marioneta se da cuenta de los hilos. El durmiente abre un ojo dentro del sueño y se pregunta: "¿Quién soy yo, que estoy soñando todo esto?". Este acto, repetido una y otra vez, es el cincel que comienza a esculpir la libertad en la piedra bruta de nuestra mecanicidad.
Ahora bien, ¿qué es exactamente este "Sí Mismo" que intentamos recordar? Aquí es donde la psicología se encuentra con la metafísica. No estamos recordando nuestra personalidad, ese conjunto de hábitos y máscaras que hemos adquirido. La personalidad es el vehículo, no el viajero. No estamos recordando al ego, esa legión de deseos contradictorios. El ego es la prisión, no el prisionero. Lo que recordamos es la Esencia. En cada ser humano yace latente una chispa de la Consciencia universal, una fracción pura, atemporal e impersonal del Ser. En la infancia, esta Esencia se manifiesta con mayor libertad, de ahí la presencia, la capacidad de asombro y la espontaneidad de los niños. A medida que la personalidad se solidifica y los condicionamientos del mundo se imponen, la Esencia queda sepultada bajo capas y más capas de mecanicidad. "Recordar", entonces, adquiere su significado etimológico más profundo: re-cordis, volver a pasar por el corazón. Es un acto de re-conexión con nuestra naturaleza original, con nuestro origen estelar. Es reconocer que no somos la pequeña ola agitada en la superficie, sino el vasto e insondable océano que yace debajo.
Para que esta práctica no se convierta en una mera fantasía intelectual, debe estar firmemente anclada en el aquí y el ahora, y el ancla más fiable que poseemos es nuestro cuerpo físico. La mente es una embustera experta, capaz de crear sofisticadas imitaciones del estado de presencia. El cuerpo, en cambio, no puede mentir; siempre existe en el momento presente. Por eso, el camino hacia la Recordación de Sí a menudo comienza llevando la atención a las sensaciones corporales: sentir la presión de los pies contra el suelo, la temperatura del aire en la piel, la sensación de vida en el interior de las manos. Al habitar conscientemente el cuerpo, creamos un centro de gravedad que nos impide ser arrastrados por los vientos del pasado o las tormentas del futuro. La afirmación silenciosa y, sobre todo, sentida de "estoy aquí, ahora" se convierte en una llave maestra que abre la puerta a este estado de presencia amplificada. Cuando se logra, el mundo exterior no desaparece, sino que se vuelve extraordinariamente vívido. Los colores parecen más intensos, los sonidos más nítidos. Y, al mismo tiempo, emerge una profunda quietud interior, un centro de silencio que permanece imperturbable ante el caos exterior e interior.
La práctica esporádica de este estado produce destellos de lucidez. Su práctica sostenida, sin embargo, inicia una transformación alquímica de todo nuestro ser, con consecuencias que trascienden por completo el ámbito de la psicología convencional. La primera gran transformación ocurre en la forma en que procesamos las impresiones de la vida. En nuestro estado de sueño, somos como una esponja que absorbe sin discernimiento todo lo que el entorno le ofrece. Una crítica entra y se convierte automáticamente en resentimiento. Una mala noticia entra y se transforma en ansiedad. Somos el efecto pasivo de las causas externas. Con la Recordación de Sí, se interpone un espacio de consciencia entre la impresión y la reacción. La crítica llega, pero en lugar de identificarnos con la herida del ego, la observamos desde el estado del Sí Mismo. La consciencia actúa como un filtro alquímico. El plomo de la ofensa ya no se convierte automáticamente en el veneno de la ira. En ese espacio de no-reacción, nace la verdadera libertad. Podemos elegir nuestra respuesta en lugar de ser dictados por nuestros programas internos. Dejamos de ser víctimas de las circunstancias para convertirnos en los transformadores conscientes de nuestra propia experiencia.
Este trabajo continuo de consciencia tiene un efecto acumulativo. Si el ser humano dormido es una colección de fragmentos inconexos, cada momento de Recordación de Sí es como añadir una partícula de una substancia luminosa que comienza a cohesionar esos fragmentos en torno a un nuevo centro. Las tradiciones esotéricas enseñan que el ser humano no nace con un alma plenamente desarrollada, sino con la semilla de la misma. El trabajo consciente, especialmente la transformación de las impresiones y la conservación de la energía que antes se malgastaba en emociones negativas, va "cristalizando" un vehículo de consciencia superior, un "Ser" permanente y unificado que no es arrastrado por la marea de los agregados pasajeros. Es la construcción de un Sol interior, un centro de gravedad magnético que dota al individuo de una voluntad real y de un propósito unificado. Este es el segundo nacimiento del que hablan los textos sagrados: el nacimiento del Hombre Consciente a partir del hombre-máquina.
Todo esto es un proceso de refinamiento energético. El ser humano es una fábrica de diferentes tipos de energía. La más potente de todas, la energía sexual, entendida aquí no solo en su aspecto biológico sino como la fuerza creativa fundamental del ser, es constantemente derrochada en el sueño psicológico a través de la charla mental incesante, la fantasía, la identificación y las pasiones descontroladas. La Recordación de Sí actúa como el guardián de esta energía. Al permanecer presentes y no identificados, cerramos las innumerables fugas por las que se escapa nuestra fuerza vital. Una vez conservada, esta energía puede ser conscientemente dirigida hacia arriba, transmutada para nutrir los centros superiores del ser, que en la persona común permanecen dormidos. La energía que antes se manifestaba como ira puede ser refinada y convertida en fuerza para la acción justa. La energía que se perdía en la ansiedad puede transformarse en la capacidad de la intuición. Este es el verdadero secreto de la alquimia interior: no malgastar el plomo de nuestras energías inferiores, sino transformarlo en el oro de la Consciencia despierta.
Finalmente, a medida que la práctica se profundiza, los velos de la percepción subjetiva comienzan a rasgarse. Nuestra visión ordinaria del mundo está teñida por el color de nuestros prejuicios, miedos y deseos. No vemos el mundo como es; vemos un reflejo de nosotros mismos. El fortalecimiento de la Consciencia observadora disuelve gradualmente estos filtros. Comenzamos a experimentar momentos de percepción directa, no conceptual. Vemos un árbol no a través del filtro de la botánica o de nuestros recuerdos, sino que percibimos directamente su ser, su vibración, su silenciosa existencia. En estos momentos, la frontera ilusoria entre el observador y lo observado se desvanece, dando paso a un profundo sentimiento de unidad con todo lo que es. Se comprende, de una manera que trasciende todo intelecto, que la misma Consciencia que mira a través de nuestros ojos es la que brilla en las estrellas y late en el corazón de cada ser vivo.
Este no es un camino fácil. La inercia del sueño es inmensa y la parte mecánica de nosotros mismos se resistirá con todas sus fuerzas. El olvido será nuestro compañero constante. La clave no es la perfección, sino la perseverancia. No se trata de no caer nunca en el sueño, sino de la voluntad de despertar de nuevo, una y otra vez, con infinita paciencia hacia uno mismo. Cada instante de recuerdo es una victoria, una pequeña llama encendida en la inmensa noche del mundo, un acto que justifica toda una existencia, pues es la afirmación de nuestra verdadera naturaleza y el cumplimiento del propósito último para el cual hemos sido creados: que la Consciencia, a través de nosotros, despierte a sí misma.

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