Dimensiones de la Realidad: Los Mundos Interiores y los Cuerpos del Ser

La realidad es un espectro de mundos vibratorios, desde lo sólido a lo sutil, que experimentamos con nuestros múltiples cuerpos interiores.

Comprender la vastedad de la existencia es similar a contemplar un rayo de luz blanca y pura. Para el ojo que no indaga, es una unidad simple, indivisible. Sin embargo, cuando esa misma luz atraviesa el cristal de un prisma, revela su naturaleza oculta: un espectro infinito de colores, cada uno con su propia vibración y cualidad, desde el rojo más denso hasta el violeta más sutil. Todos los colores estaban contenidos en la luz original, y la luz original permea todos los colores. No son realidades separadas, sino expresiones distintas de una misma fuente. De esta misma manera, la Realidad Una se manifiesta en múltiples estratos o estados vibratorios, cada uno un mundo en sí mismo, con sus propias leyes, su propia sustancia y su propia forma de ser experimentado.

El viaje del entendimiento comienza en el nivel más familiar, en el color más denso y evidente del espectro: el mundo de las formas sólidas. Este es el reino que los cinco sentidos reportan con una autoridad casi tiránica. Es un mundo gobernado por la separación. Una piedra es una piedra, un árbol es un árbol, y entre ellos hay un espacio que debe ser recorrido. Sus leyes son las de la causa y el efecto directos, la acción y la reacción predecibles. El tiempo aquí es una flecha lanzada en una sola dirección, desde un pasado inmutable hacia un futuro incierto. La materia es densa, opaca, y ofrece resistencia. Es el mundo de la experiencia concreta, del aprendizaje a través del impacto y la limitación. Construir una casa en este plano requiere esfuerzo físico, materiales tangibles y la obediencia a las leyes de la gravedad y la estructura. Es un maestro severo pero justo, que enseña las lecciones de la paciencia, la consecuencia y la forma.

Más allá de la rigidez de lo sólido, se despliega un mundo más fluido, análogo al estado líquido del agua. Este es el universo de las corrientes energéticas, de las emociones y de los sueños. En este plano, las fronteras se disuelven. Piénsese en el océano: una gota de agua no puede separarse del todo, pues está conectada a la masa entera por mareas y corrientes invisibles. De igual modo, en este reino, un sentimiento de alegría o de pánico no es un evento aislado dentro de un individuo; es una vibración que se propaga, que puede contagiar a una multitud o alterar la atmósfera de un lugar. Las leyes aquí son diferentes. La lógica lineal se desvanece. En un sueño, un individuo puede estar en su hogar de la infancia y, un instante después, en una ciudad desconocida sin haber viajado. El tiempo no es una flecha, sino un remolino donde el pasado y el futuro pueden tocarse. Es el mundo que se percibe no con los ojos físicos, sino con el sentir, con la intuición, con esa sensibilidad que permite a uno "leer" una habitación o sentir una afinidad inexplicable por un extraño. Es el reino de las conexiones invisibles, donde todo fluye y se mezcla.

Elevándose por encima de la fluidez del mundo emocional, se encuentra una realidad aún más sutil, comparable al aire o al vapor. Es el mundo de la mente, de los patrones arquetípicos y de las ideas puras. El aire es invisible, no tiene forma propia, pero llena todo el espacio disponible y es el medio para el sonido y la vida. Del mismo modo, una idea como "libertad" o "armonía" no tiene masa ni localización, pero puede estructurar civilizaciones enteras. Es el plano de los "planos arquitectónicos" de la realidad. Antes de que se construya la casa en el mundo sólido, existe como un diseño, un conjunto de relaciones y proporciones en la mente del arquitecto. Ese diseño es más real, en cierto sentido, que el edificio, pues puede manifestarse en innumerables construcciones. Este mundo mental es el mundo de las leyes universales, de las matemáticas, de la música de las esferas. Sus leyes son las de la estructura y el principio. Es un lugar de silencio y claridad donde se comprende el "porqué" de las cosas, no solo el "cómo". Aquí, el tiempo ya no es ni una flecha ni un remolino, sino una simultaneidad: todos los posibles despliegues de un principio existen a la vez como potencial.

En la cúspide y en el corazón de todo, como el sol que con su calor transforma el hielo en agua y el agua en vapor, se halla el mundo del fuego o de la luz pura. Este no es tanto un lugar como un estado de ser. Es el principio de la Consciencia misma, la fuente de la vida y la inteligencia que anima a todos los demás planos. Es la voluntad pura, el impulso primordial que causa el despliegue del universo. Este reino no tiene forma, ni emoción, ni siquiera pensamiento tal como lo conocemos. Es pura percepción, pura existencia. Si los otros mundos son los colores del espectro, este es el rayo de luz blanca antes de su refracción. Si son las notas de una sinfonía, este es el silencio preñado de música que les da origen. Es el reino del Ser, donde la dualidad entre observador y observado se disuelve. Sus leyes son la unidad, la libertad y el amor incondicional, entendiendo el amor no como una emoción, sino como la fuerza cohesiva que mantiene unido el cosmos.

Para interactuar con cada uno de estos mundos, el ser humano está dotado de un conjunto de vehículos o "cuerpos", cada uno afinado a la frecuencia vibratoria de su plano correspondiente. No se puede tocar una sinfonía con un solo instrumento; se necesita toda una orquesta.

El cuerpo físico es el instrumento más denso, el tambor de la orquesta. Está diseñado para el mundo sólido. Con él se impacta, se construye, se trabaja y se experimenta la resistencia de la materia. Sus sentidos están calibrados para percibir la separación, las superficies y los límites. Es un vehículo maravilloso para la acción y el aprendizaje en el plano de las formas, pero sus percepciones son limitadas. Intentar comprender el mundo de las emociones o de las ideas usando únicamente el cuerpo físico es como intentar medir la belleza de una poesía con una balanza.

Entrelazado con el cuerpo físico, como su doble invisible y energético, se encuentra el cuerpo vital. Es el contrabajo de la orquesta, el instrumento que provee la vibración profunda y sostenida, el pulso rítmico que da vida a la materia. Su función no es la del sentimiento, sino la de ser el mar de energía biológica que anima cada célula y el puente a través del cual las energías más sutiles se anclan en la forma física. Cuando un individuo percibe una "atmósfera pesada" o "cargada" en un lugar, es este vehículo el que detecta las impresiones energéticas residuales, la vitalidad estancada. En la mayoría de los seres humanos, este cuerpo energético es un conductor deficiente, debilitado por los hábitos y contaminado por las emociones negativas, lo que se traduce en falta de vitalidad y salud.

Un peldaño más allá en la escala de sutileza hallamos el verdadero vehículo de la emoción y el deseo: el cuerpo astral. Este es el violonchelo de la orquesta, el instrumento de la resonancia apasionada, capaz de expresar las más profundas melodías del anhelo y el temor. Es el cuerpo que habitamos en el mundo líquido de los sueños, el lienzo sobre el que se proyectan nuestras fantasías, esperanzas y pesadillas. Es el asiento de las simpatías y antipatías, de los apegos y las aversiones. En la mayoría de los individuos, este instrumento está terriblemente desafinado y es puramente reactivo. Vibra caóticamente en respuesta a los estímulos externos, creando las incesantes tormentas emocionales que arrastran y agotan la consciencia.

Más sutil aún, y a menudo tan indisciplinado como su contraparte emocional, se encuentra el cuerpo mental, la flauta o el piano de la orquesta, el instrumento diseñado para articular las melodías claras y las armonías abstractas del mundo de las ideas. Con este vehículo, el ser humano puede razonar, planificar, crear y acceder a los principios universales. Es el instrumento de la abstracción, el que permite concebir la justicia sin verla, o entender una ley matemática sin tocarla. Sin embargo, este instrumento suele estar fuera de todo control. En lugar de ser un canal para la sabiduría silenciosa del mundo de las ideas, se convierte en una fuente incesante de ruido: pensamientos repetitivos, preocupaciones, fantasías y debates internos que oscurecen la percepción de la realidad.

Y finalmente, ¿quién es el músico que se supone que debe tocar esta orquesta? Esa es la chispa de la Consciencia, el destello del fuego original, el Ser interior. El individuo no es su cuerpo físico, ni sus emociones, ni sus pensamientos. El individuo es la presencia silenciosa que experimenta todo ello. El gran drama de la existencia humana es que el músico está dormido. Los instrumentos, abandonados a sí mismos, producen una cacofonía. El tambor (cuerpo físico) sigue sus impulsos básicos, el violonchelo (emociones) se lamenta y se exalta sin control, y la flauta (mente) toca melodías incoherentes sin cesar. El propósito de un camino espiritual es, por tanto, muy simple en su formulación, aunque inmenso en su ejecución: despertar al músico.

Despertar al músico implica un proceso de afinación y maestría. Primero, el individuo debe aprender a observar sus instrumentos sin identificarse con su ruido. Debe escuchar la disonancia de sus emociones reactivas y el caos de sus pensamientos automáticos, no para juzgarlos, sino para comprender su mecanismo. Este acto de auto-observación serena es el primer paso para que el músico tome la batuta. Luego, a través de una disciplina interior, comienza el trabajo de afinación. Se aprende a calmar las aguas del cuerpo emocional para que puedan reflejar la realidad en lugar de distorsionarla. Se aprende a silenciar el parloteo de la mente para que pueda convertirse en un receptor de la verdadera inspiración. Se aprende a cuidar el cuerpo físico para que sea un templo sano y un servidor eficiente, no un tirano de apetitos.

Las "dimensiones", en este contexto, no son lugares lejanos a los que se viaja. Son profundidades de percepción que se abren a medida que el músico despierta. Un individuo puede estar físicamente en una habitación (mundo sólido), pero si su consciencia está atrapada en un torbellino de resentimiento (mundo líquido), no está realmente "allí". Su realidad es la de la emoción. Otro puede estar en la misma habitación, pero si su mente está absorta en la contemplación de un principio matemático (mundo gaseoso), su experiencia de la realidad es completamente diferente.

El viaje no es hacia afuera, sino hacia adentro. Al aprender a manejar conscientemente el cuerpo emocional, un buscador puede empezar a navegar deliberadamente por el mundo de los sueños y las energías. Al disciplinar el cuerpo mental, puede acceder a estados de profunda comprensión y creatividad. Y al trascender incluso la mente, en momentos de meditación profunda o silencio absoluto, puede tocar la fuente, el mundo del fuego, y experimentar una unidad con toda la existencia.

Esta es la gran obra: transformar el caos de una orquesta sin director en una sinfonía cósmica. Es el proceso de construir y perfeccionar los vehículos internos para que puedan vibrar en armonía con los planos superiores de la realidad. El ser humano no está condenado a vivir solo en el color más denso del espectro. Lleva dentro de sí la capacidad de experimentar conscientemente todos los colores y, en última instancia, de reconocerse como la luz blanca y pura que es su origen y su destino. El camino es pasar de ser un eco de las circunstancias a convertirse en la voz que canta su propia canción, en perfecta armonía con la música del universo.

 

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