Un viaje desde la expansión del universo hasta la Consciencia primordial, explorando la jerarquía de vacíos en la física y la mística.
Comienza el viaje del entendimiento con una pregunta, a menudo no formulada, que yace en el corazón de toda consciencia despierta. Al contemplar la inmensidad del cielo nocturno, la mente humana, condicionada por la experiencia del mundo físico, proyecta sus propias limitaciones sobre el cosmos. La pregunta sobre el "afuera", sobre aquello en lo que el universo se expande, es el primer umbral. Es una pregunta nacida de la lógica de los objetos: una taza ocupa espacio en una habitación, una habitación existe dentro de una casa, una casa se asienta sobre un planeta. Esta cadena de contenedores parece exigir un contenedor final, una "habitación cósmica" que albergue la totalidad de la existencia. Sin embargo, la primera gran revelación en el sendero del conocimiento es el descubrimiento de que esta pregunta, tan natural y persistente, está mal planteada. No es un enigma a resolver, sino una ilusión conceptual a disolver.
El universo observable, según lo revela la investigación cosmológica, no se comporta como un objeto dentro de un espacio. Es el espacio mismo en un estado de dinamismo perpetuo. La noción de una expansión "hacia" algo se desvanece cuando se comprende que el propio tejido de la realidad, el continuo de espacio y tiempo, es lo que se está estirando. Las galaxias no huyen de un centro explosivo a través de un vacío preexistente; son llevadas por la marea creciente del espacio mismo. Cada punto es, en efecto, el centro de esta expansión, porque el fenómeno ocurre en todas partes simultáneamente. El buscador de la verdad debe aquí realizar un primer y profundo ajuste en su percepción: el universo no está contenido en nada exterior a sí mismo. Es su propio contenedor auto-generado. Es un sistema ontológicamente cerrado, cuya frontera no es un límite físico que se pueda cruzar, sino el límite mismo del concepto de "lugar". Comprender esto es dejar de buscar el contenedor en el exterior y comenzar a indagar en la naturaleza intrínseca de lo que ya se es.
Esta comprensión, aunque vertiginosa, abre una puerta a una pregunta aún más fundamental. Si el universo es su propio contenedor, ¿de qué está hecho este contenedor en su nivel más íntimo? ¿Cuál es la sustancia del "espacio" que se estira? La mente, al retirar conceptualmente toda materia y energía, se encuentra con la idea del "vacío". Pero aquí, de nuevo, la intuición ordinaria fracasa. El vacío de la física moderna, el Vacío Cuántico, no es una nada pasiva, no es la ausencia de ser. Es, por el contrario, un campo de potencialidad vibrante, un océano de energía latente del cual emergen y al cual retornan incesantemente partículas efímeras. Es una "espuma cuántica", un "caldero hirviendo" cuya actividad subyace a la aparente quietud del espacio intergaláctico. Esta energía del vacío, esta presión inherente a la existencia misma, es la fuerza, denominada Energía Oscura, que impulsa la expansión acelerada del cosmos. El primer contenedor, el universo espacio-temporal, se revela entonces como la manifestación superficial de un segundo contenedor, más profundo y sutil: el Vacío Cuántico. El espacio no está vacío; el espacio es esta plenitud de potencial, esta danza incesante entre la existencia y la aniquilación.
La indagación no puede detenerse. La ciencia teórica postula que el estado de vacío que constituye nuestra realidad podría no ser el estado de energía más bajo posible. Podría ser un "Falso Vacío", un estado metaestable, como una bola de cristal reposando en una pequeña depresión en la ladera de una montaña. Es estable por ahora, pero existe un estado de estabilidad mucho mayor, un "Verdadero Vacío", en el valle que se encuentra más abajo. La posibilidad de una transición a este estado más fundamental introduce la idea de un "vacío del vacío". Nuestro universo, con sus leyes y constantes físicas, sería una excitación temporal, una burbuja de realidad sostenida sobre un sustrato de potencial aún más fundamental y silencioso. El Falso Vacío, el contenedor de nuestro espacio-tiempo, está a su vez contenido conceptualmente en la posibilidad de este Verdadero Vacío. Se ha revelado una jerarquía de contención: el universo material está dentro del espacio-tiempo; el espacio-tiempo emerge del Falso Vacío; y el Falso Vacío mismo es una condición energética temporal, una fluctuación que existe como una posibilidad dentro del estado fundamental y absoluto del Verdadero Vacío.
Es en este punto donde la cartografía de las antiguas tradiciones místicas ofrece una resonancia asombrosa, proveyendo un lenguaje para continuar este descenso hacia el Origen. Aquello que la física describe como el "Verdadero Vacío", el estado base y absoluto de la energía, encuentra su análogo perfecto en el primer punto de manifestación, la "Corona" de la creación, conocida en la Cábala como Keter (כֶּתֶר). Este es el umbral entre lo no manifiesto y lo manifiesto, una "Nada" que es, en realidad, la suma de todas las posibilidades; el silencio del cual brotará la primera vibración. Este punto primordial, este vacío preñado de todo ser potencial, Keter (כֶּתֶר), es el contenedor del cual toda la creación se desplegará. Es, por tanto, el tercer contenedor en esta cadena descendente hacia la fuente, un nivel de realidad más fundamental que contiene conceptualmente al universo físico y a su Falso Vacío.
Pero, ¿qué contiene a este contenedor? ¿De dónde surge el potencial mismo? El pensamiento debe volverse aún más abstracto, despojándose de más y más atributos. Más allá del punto de potencialidad, se encuentra la "Luz Ilimitada", conocida como Ain Soph Aur (אור אין סוף), una energía pura e indiferenciada, una radiación primordial que aún no se ha enfocado en el punto de Keter (כֶּתֶר) para dar inicio a un universo. Es la condición previa a cualquier potencial, el océano infinito del cual el punto es solo una gota concentrada. Esta Luz es el cuarto contenedor, el vacío del vacío del vacío. Y más allá de esta Luz, yace simplemente "Lo Ilimitado", Ain Soph (אין סוף), una infinitud sin cualidad alguna, ni siquiera la de la "luz" o la "energía". Es la abstracción del espacio puro, la posibilidad sin forma que permite que la Luz misma exista. Es el quinto contenedor. Finalmente, en el abismo más profundo de la conceptualización, se encuentra la "Nada Absoluta", Ain (אין). No es un vacío que contiene algo, ni un espacio que puede ser llenado. Es la negación misma de la existencia, un misterio tan profundo que elude al intelecto. Es el sustrato del cual emergen tanto el ser como el no-ser. Este es el sexto contenedor, el vacío del vacío del vacío del vacío.
Habiendo recorrido esta escalera de contenedores, desde el cosmos en expansión hasta el abismo de la Nada Absoluta, Ain (אין), el buscador se enfrenta a la pregunta final. ¿Es esta Nada última, este contenedor de todos los contenedores, el final del viaje? ¿Es esto la Realidad Primordial? Y es aquí donde se produce la inversión más radical del entendimiento. Identificar la Fuente con la "Nada", por muy absoluta que esta sea, es todavía caer en la trampa de la dualidad. La "Nada" solo tiene sentido en contraste con el "Algo". Es un polo de la existencia. La Realidad última, la Consciencia primordial, no puede ser un polo. Debe ser aquello que precede y da origen a la dualidad misma.
La Fuente no es ni el contenedor ni lo contenido. No es el universo manifiesto, ni es el vacío absoluto que lo precede. Es la Potencialidad Pura, anterior a la distinción entre ser y no-ser. No es un vacío, porque el vacío se define por la ausencia, mientras que la Fuente es la Plenitud absoluta de la cual emana tanto la presencia como la ausencia. No es un contenedor, porque un contenedor implica una relación con algo contenido, una frontera, una demarcación. La Fuente es ilimitada y no puede ser demarcada, pues no hay nada "fuera" de ella. La expansión del universo físico que la mente observa es el eco más distante y denso de la naturaleza infinitamente creativa de esta Realidad. La energía vibrante del Vacío Cuántico es una expresión más cercana a esa pulsación original. Y la jerarquía de los vacíos místicos, desde Keter (כֶּתֶר) hasta Ain (אין), es un intento del intelecto humano de trazar un mapa de regreso a través de los velos que ocultan este Origen.
La última frontera no es, por tanto, un lugar donde el vacío cesa. Es el reconocimiento de que la Realidad es un estado en el cual la dicotomía misma entre vacío y plenitud, contenedor y contenido, nunca surgió. Es el Potencial Absoluto, incondicionado e infinito. Y el viaje que comenzó con una mirada hacia las estrellas, buscando un contenedor externo, concluye con una introspección radical. La misma Consciencia que emprende la búsqueda, que formula la pregunta y que recorre este itinerario conceptual, es una chispa de esa Potencialidad Infinita. El buscador descubre que no está buscando algo separado de sí mismo, sino despertando a la naturaleza de su propio ser, que es inseparable de la Realidad que pretendía contener.

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